Cada año, durante la Semana Santa, el calendario se detiene en uno de los momentos más conmovedores y simbólicos: el Viernes Santo este 18 de abril de 2025, el mundo creyente vuelve a reencontrarse con el silencio, el duelo y la reflexión que acompañan la memoria de la crucifixión de Jesús de Nazaret.
La tradición del Viernes Santo tiene sus raíces en los relatos evangélicos, donde se narra cómo Jesús, tras ser juzgado por Poncio Pilato, fue condenado a morir en la cruz acusado de proclamarse “Rey de los Judíos”, fue golpeado, humillado y obligado a cargar su propia cruz hasta el Monte Calvario, a las afueras de Jerusalén. Allí fue crucificado entre dos ladrones, y sobre él colgaron un letrero con las siglas INRI, que significa Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum (Jesús el Nazareno, Rey de los Judíos).
Esta fecha representa la culminación de la Pasión, es decir, el sufrimiento físico, emocional y espiritual que Jesús soportó por la humanidad. Forma parte del Triduo Pascual junto con el Jueves Santo y el Sábado de Gloria y está presente tanto en las tradiciones católicas como protestantes y ortodoxas, aunque cada una la vive con sus propios matices.
A diferencia de otros días religiosos, el Viernes Santo no se celebra con júbilo, sino con tristeza. No hay misa, solo se realiza la Liturgia de la Pasión del Señor. Se utiliza el color rojo para simbolizar la sangre derramada, y se meditan “Las Siete Palabras”, las últimas frases que Jesús pronunció antes de morir. También se lleva a cabo el Vía Crucis, un recorrido espiritual por las 14 estaciones del sufrimiento, desde su condena hasta el sepulcro.
Esta práctica no es solo una costumbre religiosa; es una invitación a detener el ritmo acelerado del mundo, mirar hacia lo esencial y conectar con el dolor como parte inevitable y a veces necesaria del amor. Muchos fieles practican el ayuno o la abstinencia de carne como símbolo de penitencia, mientras las iglesias cubren las imágenes con telas moradas, recordando la ausencia y el luto.
El Viernes Santo es más que una fecha. Es una herencia espiritual que atraviesa siglos, culturas y fronteras. Una oportunidad para recordar que, incluso en medio del sufrimiento más profundo, siempre existe la esperanza de una nueva vida.